(Julio Ramón Ribeyro)
Tal vez, en algún momento, nos hayamos visto en la necesidad de estar solos, descansar del trabajo, de los problemas familiares o, simplemente, de la complejidad que significa vivir en la ciudad.
La casa en la playa, de Julio Ramón Ribeyro, se ambienta en un contexto similar; en el que
el narrador y Ernesto, su amigo, se aventuran en una expedición de proporciones
poco comunes. Buscan, al regresar ambos de Europa, un lugar tranquilo para
alejarse, según ellos dicen, de las grandes ciudades y lo que implica vivir en
ellas:
“… estábamos ya hartos de las grandes ciudades. No
soportábamos su ajetreo; la estridencia de sus medios artísticos y la
sofisticación de su vida social”.
Podemos ver en los personajes de Ribeyro una actitud de rechazo hacia
la cultura occidental, producto de la saturación que ella causa. Entonces, el
resultado de llevar esta vida estridente se traduce en la idea de querer buscar
un espacio donde poder construir una casa que los cobije, que les dé la
tranquilidad que desean alcanzar.
Pero… ¿hacia dónde ir?
“Y ese lugar no puede ser otro que la costa peruana…”
¿Por qué?
“Ambos habíamos nacido al borde del mar, jugando de niños
en las vastas playas del sur, crecido explorando sus dunas y arenales… pero
cargados para nosotros de presencias, de poesía y de misterios”.
Son los recuerdos, por tanto, de un pasado mágico, armonioso y
nostálgico, que los empuja a realizar su cometido, a materializar sus sueños, a
intentar llenar ese vació que la sociedad occidental creó en ellos.
Es por ello, que la playa se convierte en una especie de refugio, de
portal que los trasladará a un mundo distinto, cercano al que ellos buscan; en
el que una vez vivieron disfrutando de su niñez. Y como ambiente natural, la
playa representa la contraparte de la ciudad, es decir, lo tranquilo, lo
silencioso, lo que permite al hombre acercarse a la meditación, y con ella, al
equilibrio interno.
Por otro lado, también
podemos notar que nuestros personajes (el narrador y Enesto) buscan la playa,
entre otras cosas, porque suponen que allí estarán alejados no solo de la
cultura occidental, sino también de las multitudes, que con sus costumbres poco
comunes rompen con la armonía natural que debería caracterizarla. Son esos
hombres, mujeres y niños, provenientes de los pueblos jóvenes aledaños a Lomo
de Corvina, a los que Ribeyro hace referencia, quizá para poner de manifiesto
una de las tantas consecuencias que el fenómeno migratorio causó en Lima:
crecimiento desmedido de la población.
Otro aspecto que se podría rescatar de este cuento es el grado de
modificación que sufren los esquemas morales de los personajes principales:
“Al año siguiente estábamos ya en Lima… Esta vez, sin
embargo, decidimos innovar: para compartir nuestra aventura y amenizar nuestro
viaje resolvimos ir acompañados por sendas amigas.
Siendo ambos casados y con hijos…”.
Aunque la infidelidad está presente, no podemos afirmar de manera
categórica que siempre lo haya estado; pero lo que no se puede negar es que las
relaciones amatorias entre ellos y sus esposas se vieron rotas, gracias al
tedio de lo cotidiano y la desvalorización de los lazos que deberían unir a una
pareja, a un matrimonio.
Cada accionar, cada evento fortuito, cada intento de búsqueda fallido,
nos permite entender el largo proceso por el que el ser humano tiene que pasar
si quiere hacer de sus ideales una realidad; que si no logra conseguirlos:
“¡Qué importa! –dijo muy serio-. Si no encontramos la
playa desierta, nuestra casa sólo existirá e nuestra imaginación y por ello
mismo será indestructible…”.
Finalmente, puedo decir que La
casa en la playa es una metáfora que invita al lector a darle un sentido,
una explicación de acuerdo con sus experiencias. Es un ideal que todos
construimos; que intentamos materializar a partir de nuestros intereses, de
nuestros deseos, de nuestros sueños.
¿Y tú, ya encontraste tu casa en la playa?
Máikol M. Fernández Solano
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